En el soñadero: soles aterradores arden aquí en cielos volcánicos, sulfurosos, pero civilizados. Soles blanquinegros inclusive, con sus mensajes sublunares y sus urgencias de ultratumba. Es que en el soñadero las emanaciones putrefactas de algunos de esos golpes de pena sin medida o de dolor profundo –que César Vallejo cualificó para siempre con su verso «Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé!»– nos alcanzan con sus turbias humaredas capaces de penetrarlo todo.
Mas en el soñadero no solamente los odios y los terrores triunfan o son vencidos. Tampoco los soles amorosos se hacen esperar, mientras huye el día y dejamos atrás el campo de frutos de dulce veneno.
En el soñadero, por esas cosas que algunos han llamado «elaboración secundaria», incluso de la mismísima miasma surge el brillo de Quetzala, y las palabras se elevan más allá de las ramas que dejan entrever los cielos donde Cenzontle habrá de volar como pluma en libertad –o ave para siempre liberada.
(De unos apuntes entre 2007-2015)